Como siempre, os dejo mi artículo de esta semana para The Fine Art Collective sobre odios y pasiones. "Del amor al odio no hay más que un paso", dicen.
No olvidéis que podéis leer el artículo completo en el link que os dejo abajo y que podéis comentar, odiar y amar cualquier parte del post ;)
El DÍA QUE ODIE (EL MUNDO DEL) EL ARTE.
Desde aquella muchacha que observó por primera vez impávida
las alas desplegadas y los paños mojados al viento de una tal Victoria de Samotracia,
ha pasado ya alguna década que otra. Momento exacto también en que supe que el
arte era la mejor manera de expresión humana, la que mejor canalizaba mis
pasiones y (sin)razones. Tal fue la locura que incluso, cándida de mí, quise
convertirlo en mi profesión.
Victoria de Samotracia. Museo del Louvre |
Hace el mismo tiempo también del que andaba caída del guindo,
en una feliz ignorancia que no entendía aún que el arte no sólo era eso que me
emocionaba en las antiguas diapositivas proyectadas en las clases de Historia
del Arte y que , como casi todo en esta vida, se emborronaba tras lo que suele
denominarse como ”el mundo de”.
Algunas disciplinas
como el cine o la danza, esas bellas expresiones artísticas, se convierten en
un problema cuando se les añade “el mundo de” por delante.
“El mundo del espectáculo es así” dicen, y claro uno no
puede hacer más que agachar la cabeza y callar. Porque “es asi”, y punto. Y
entonces coges el guindo, y te subes a la primera rama que pillas por el miedo
a ser devorada por un león, o por un crítico voraz o por un #yolosetodoynohaymásquehablar,
o por el martillo de una casa de subastas que resuena en los ecos de un millón
de euros.
Pero resulta que miras alrededor y en el árbol de al lado ves
a otros como tú, subidos a otros árboles, también con miedo o recelo, observándolo
todo desde arriba, mirando como “el mundo del arte” lo engulle todo.
No vaya a entenderme mal. Sigo amando lo que hago y sigo
mirando con los ojos de la chica de las clases de historia del arte a aquellos
que con pasión mueven sus pinceles ajenos a las cifras del mercado del arte y
distantes a los intereses de instituciones, mercados y museos.
Sigo admirando a los profesionales que trabajan por y para
el arte. Sobre todo a aquellos que dejan de lado los egos y lucimientos
personales y que dejan de hablar con condescendencia para simplemente, hablar. Admiro a aquellos que trabajan para que el
arte no sea nunca más un producto elitista, que entienden que Luisa, la
señora del piso de al lado, también tiene que disfrutar con el arte, pero que
cuidan y comprenden que éste es una expresión suprema de la esencia humana y
que por ello no debe frivolizarse ni devaluarse.
Ni “de”, ni
evaluarse. Porque al guindo sube uno cuando se da cuenta que en las grandes
ferias de arte contemporáneo, en ocasiones, son las propias instituciones las que compran obras de artistas que han
sido becados por ellos mismos previamente, que subvencionan a galerías para
que puedan ir a esas ferias o que contratan a expertos para que elijan las
obras que formarían parte de sus colecciones.
Y es que hay muchas formas de sentir, de vivir el (o del)
arte y uno se da cuenta pronto que tiene que elegir como quiere hacerlo.
Uno de los mayores
inconvenientes a los que se enfrenta el arte, es a su mercantilización, que
no a su venta, sino al hecho de que todos los que lo amamos deseamos
convertirlo en profesión, en una renta, en un prebenda que queremos que nos
entreguen por amarlo. Y de ahí no salimos.
Puedes leer el artículo completo aquí:
http://www.thefineart.es/blog/post/el-dia-que-odie-el-mundo-del-el-arte