martes, 5 de septiembre de 2017

10 obras maestras para enamorarse del arte

(Artículo aparecido por primera vez en The Fine Art Collective. Autoría: Angélica Millán)


Como en cualquier historia de amor, uno no puedo enamorarse de alguien a quien le impongan, por mucho que le insistan en una lista llena de cualidades estupendas que el otro considera interesantes. A veces ni siquiera el ilustrativo ejemplo del “rubio guapo y fuerte” nos atrae, y con el arte ocurre lo mismo. 

El descubrimiento del amor al arte, como el resto de querencias, debe provenir desde dentro, de lo que se siente al enfrentarse a una obra, lo mismo que a un amante. ¿Cuántas veces nos hemos encontrando amando la belleza de alguien que solo a nosotros nos parece atractivo y no encajaba en los cánones ideales?


“Judit decapitando a Holofernes”. Artemisa Gentileschi.
Decía María Acaso,en un artículo muy acertado y de actualidad sobre la educación a través de la publicidad y la historia del arte en el sistema educativo, que “La educación artística debe consistir en aprender a disfrutar de lo complejo, lo raro, lo lento y lo feo, y en preguntarnos por qué razón intentan que solo disfrutemos de lo simple, lo estándar y lo rápido, y de un tipo de belleza canónica imposible”.
Esto da buena cuenta de que nos ocurre cuando nos enfrentamos al arte contemporáneo y no somos capaces de apreciarlo, porque queremos disfrutar y entenderlo todo con la fugacidad y facilidad a la que estos tiempos de sobre-exposición en redes y sobre-comunicación se nos impone.
No existen 10 obras maestras para entender el arte, mucho menos para amarlo. No existe un decálogo que abra la mente del que no quiere mirar para apreciar una obra y no debería ni si quiera existir la voluntad de convencer al espectador de lo contrario.
Lo duro de los que educan en arte, de los expertos que se apasionan ante cualquier pintura de Tiziano, de Artemisa Gentileschi o de Miguel Ángel, es el hecho de aceptar que todos no amamos de la misma manera, que no todos apreciamos los mismos tipos de belleza y que en ocasiones algunos no tienen ni esa capacidad amatoria.

Lo difícil es admitir que tal vez a éstos no le tiemble la voz al enfrentarse a las alas desplegadas de la Victoria de Samotracia, como tampoco son capaces de amar a aquel que a nosotros nos resulta irresistible.



“Victoria alada de Samotracia”. Museo del Louvre.

Después de esto se nos caería la cara de vergüenza intentando convencerte de que te emociones con la instalación “The key in the hand” de ChiharuShiota en la Bienal de Venecia de 2015, donde tal vez nosotros lloramos al vernos enmarañados entre hilos de color encarnado y llaves que no abren ninguna puerta, de barcas que no nos acercan a ningún puerto.




“The key in the hand”. ChiharuShiota.
Seríamos cómplices de intentar contagiarte un amor que es sólo el nuestro si te habláramos de como nos eriza la piel HilmaAfKlin, que en el siglo XIX llegó a pintar más de 1200 cuadros de formato mastodóntico y que lo hizo en secreto. Que se adelantó en muchas décadas a la abstracción, antes que genios como Kandinsky fueran considerados como tal por este tipo de creaciones. No podemos pedirte de que te enamores de cómo dejó estipulado en su testamento que sus obras no se revelasen hasta 30 años después de su muerte porque consideraba que el mundo no estaba preparado para ello.



Instalación de Hilma Af Klint.
Sería un locura que “La virgen muerta” de Caravaggio" –cuyo realismo proviene de que la modelo fuera el cuerpo muerto de una prostituta ahogada en el rio Tiber- pudiera estremecerte como a nosotros. Ese claroscuro que logra que el rostro de la virgen ilumine todo el espacio no tiene porque impresionarte.
Nadie puede convencerte de amar algo que tú no quieras, no entiendas o no sea de tu gusto, incluso con argumentos sólidos, pero recuerda aquellas historias que cuentan sobre amores surgidos de la más absoluta indiferencia y que acabaron siendo el amor de la vida de alguien.
Angélica Millán